Pbro. Lic. Wílberth Enrique Aké Méndez

XXVI ORDINARIO/A.

I.- CIERTAMENTE VIVIRÁ (Ez 18,25-28).

La desobediencia de nuestros primeros padres rompió la unidad entre Dios y el hombre, la unidad del género humano y la armonía y el orden de la creación (cfr. Gn 3,8-14) y se había hecho habitual culpar al otro de las actitudes personales y sus consecuencias (cfr. Ez 18,1-4) y es justamente, ante esta actitud, que se yergue el profeta con la bandera de la responsabilidad personal; en estos momentos, el pueblo se encontraba en el destierro en Babilonia y buscaba una explicación a su fracaso y humillación en su larga historia nacional, con el proverbio “nuestros padres comieron el agraz y los dientes de los hijos sufren la dentera” (1,2b); la respuesta no se hace esperar en los vv. 3-9, cuando se define al justo como aquel que se conduce según los preceptos de Yahvé y, por esto, vivirá, en tanto que el malvado es aquel que hace todo lo contrario. Enseguida viene la reflexión que ayuda a distinguir -y a entender- las acciones de un padre y las de su hijo y viceversa, afirmando que “El que peca es quien morirá”, al justo se le tomará en cuenta su justicia, en tanto que al malvado, su maldad (cfr. 18,20); acto seguido se pasa a la advertencia de la posibilidad de que el malvado podría arrepentirse de sus obras y, si así lo hace, vivirá y, en cambio, si el justo se aparta del bien y comienza a imitar las obras del malvado, morirá. ¿Por qué la reacción agresiva de los vv. 25-28?, ¿por qué se cuestionan las decisiones del Señor?; lamentablemente con mucha frecuencia -y también con espantosa facilidad- tendemos a ocultar nuestras malas obras, nuestras injusticias y por eso recurrimos a la mentira y solemos insistir en las faltas del otro para disimular nuestra mala vida; tenemos problemas para ser honestos con Dios, con los demás y con nosotros mismos, pero el oráculo de Ezequiel comunica la Palabra divina: todos estamos llamados a la vida eterna porque fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, por lo tanto, para la vida, no para la muerte (cfr. Gn 1,26-28; Sb 1,13-15; 2,23-24; 3,4; 11,2126) y por eso, no olvidemos poner atención al v. 28, porque existe la posibilidad del arrepentimiento, de la conversión y es Dios quien llama.

II.- PERO SE ARREPINTIÓ (Mt 21,28-32).

La catequesis que hoy nos ofrece San Mateo, se ubica en el contexto de la entrada mesiánica de Jesús a la Ciudad Santa y, más específicamente, en el templo; ahí ha expulsado a los traficantes que comerciaban con la fe, ha enseñado al pueblo y, también, ha realizado algunas curaciones; ante tales acciones, las autoridades religiosas le han cuestionado acerca de la autoridad con las que ha realizado tales acciones y de quién la ha recibido; en otras palabras, se trata de un rechazo de las palabras y acciones, de una franca oposición a las obras del Señor y al anuncio del Reino. En la parábola de este domingo, por cierto con mucho paralelismo a la de Lc 15,11-32, encontramos tres personajes, un padre y dos hijos que, a diferencia de Lucas, aquí no se distinguen por el mayor y el menor, sino que son nominados como el primero y el segundo; en todo caso, está la categoría tiempo de por medio y el elemento que los une es el de la obediencia/desobediencia que, por cierto, es un tema muy complicado y discutido en nuestros tiempos, pero lo que la perícopa nos enseña con toda claridad, es que ambos recibieron el mismo mandato o, si se quiere, la misma petición: ir a trabajar hoy en la viña, a ambos se les ha pedido realizar algo, a uno primero y al otro después, pero sólo uno obedece y el otro no. Partiendo de Gn 3,1-7, descubrimos que el pecado “original” (porque está en el origen de la humanidad), es precisamente la desobediencia, en algún momento de nuestra historia, dejamos de obedecer a Dios y empezamos a obedecer al diablo, al que divide y que uno de los hijos dijo “sí”, pero no fue, el otro dijo “no”, pero se arrepintió y fue a la viña. En Mt 7,21-27, Jesús nos enseña que para entrar al Reino de los cielos, es necesario hacer la voluntad del Padre que está en el cielo, del mismo modo como lo había dicho ya en Mt 6,10; no olvidemos que ante el pecado de la desobediencia está el llamado al arrepentimiento y a la conversión (cfr. Mt 4,17b; Mc 1,15).

III.- NACIDA DEL AMOR (Flp 2,1-11).

En el pasaje de la carta a los filipenses que hoy nos ofrece San Pablo, pone en el centro de la fe cristiana, el tema de la unidad de toda la Iglesia (cfr. Jn 17), la cual brota de la obediencia de Cristo, quien siendo Dios, se despoja de toda prerrogativa propia de su condición divina, toma la condición de siervo, se hizo semejante a los hombres y se hizo obediente, hasta morir en la cruz y es justamente por esta obediencia que nos da la salvación. ACTIVIDAD : 1.- Analizando tu vida hasta este momento ¿te consideras una persona justa o malvada y por qué?; 2.- ¿cómo buscas obedecer a Dios en tu vida cotidiana?; 3.- ¿de qué manera el amor a Dios y al prójimo te lleva a la obediencia? MEMORIZA : “se rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz” (Flp 2,8).

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