Pbro. Lic. Wílberth Enrique Aké Méndez

IV ORDINARIO/A.

I.- CONFIARÁ EN EL NOMBRE DEL SEÑOR (So 2,3;3,12-13). El ministerio profético de Sofonías transcurre en un período histórico bastante confuso para Judá, debido al desorden religioso imperante, por lo que condenó enérgicamente las costumbres extranjeras (1,8) y los cultos de los falsos dioses (1,4-5), prometiendo la salvación a un “resto” humilde y modesto. Entre el caos provocado por los conflicto políticos (Judá se encuentra bajo la dominación asiria que le ha quitado parte de su territorio) y la proliferación de los cultos paganos, tenemos el movimiento profético que predica las exigencias de la alianza y la paulatina y progresiva aparición de la espiritualidad de los pobres en el marco de las exigencias religiosas de Israel: Ex 34,6 afirma que Yahvé es el Dios misericordioso y clemente, lento a la cólera y rico en amor y fidelidad, de modo que para ser fiel a la alianza, el israelita debía mostrarse como imitador de Dios, ser bondadoso con los débiles, especialmente con el extranjero, la viuda, el huérfano y el indigente (Ex 22,20-21). La obligación de proteger a los pobres y a los débiles, es la adaptación de la misericordia de Dios al nivel del hombre; la actitud del israelita para con sus hermanos corresponderá a la actitud de Yahvé para con Israel: una actitud de bondad total y operante. Los profetas combatieron enérgicamente dos cosas: la avidez de riquezas obtenidas en detrimento de los derechos del pobre (Am 5,11; 2,6-13; Is 2,14-15) y la utilización de los bienes recibidos de Dios para pecar contra Él (Os 2,7.10-11). Sofonías comienza -hacia el año 630 A. C- a emplear un vocabulario de pobreza con valor propiamente religioso, invitando a practicar la pobreza espiritual e identificando al pueblo mesiánico con un pueblo de pobres; presenta la pobreza como el único medio de escapar al castigo (2,3); el resto de pueblo escogido que recibirá las bendiciones mesiánicas, será un pueblo de pobres (So 3,11-13), la pobreza religiosa está hecha de ansias de Dios, de confianza, de fidelidad a su alianza, de rectitud y humildad.

II.- LES LLAMARÁN HIJOS DE DIOS (Mt 5,1-12). En la conclusión del c. 4, San Mateo ha presentado una gran muchedumbre que ha comenzado a seguir a Jesús, cosa que da pie al llamado “sermón de la montaña” (5-7) que inicia con el programa de vida que Jesús propone a sus discípulos, todo el que quiera unirse a Él y seguirlo, debe tener muy claro para qué ha sido Llamado. El ejercicio de esta nueva vida que Cristo nos da comienza con la actitud defendida por los profetas, el desprendimiento incluso de uno mismo al punto que que se llegue a la certeza de que sólo se tiene a Dios y, en consecuencia, se posee la libertad plena para unirse a Él, para permanecer con Él; de aquí irán brotando las siguientes actitudes que nos ayudarán a afianzar nuestra relación con Dios, a entrar en esa dulce intimidad para contemplar y vivir el Misterio que se nos revela en Jesucristo, el Mesías. Alcanzado ese nivel de madurez, podremos salir al encuentro del hermano para comunicarle la experiencia de la misericordia, de la contemplación de Dios [cfr. Sal 17 (16),15b], porque todo “lo que hemos oído, lo que hemos visto, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca de la Palabra, hemos de anunciarlo para que estén en comunión con nosotros” (cfr. 1Jn 1,1-4), pues sólo de este modo podremos ser llamados hijos de Dios y entonces, sólo entonces, nos llenaremos de alegría y saltaremos de contento.

III.- INJERTADOS EN CRISTO JESÚS (1Co 1,26-31). Ahora San Pablo contrapone la sabiduría del mundo a la sabiduría cristiana, toda vez que ha afirmado que la predicación del Evangelio no la realiza con palabras sabias, es decir, no según la sabiduría y lógica humanas. Tan sólo hay que mirar a la comunidad cristiana y comprobar que quienes la integran poseen un status inferior según el mundo, pero precisamente, por esta condición, son la mejor expresión de la fuerza y de la sabiduría del Evangelio, injertados en Cristo, reciben la sabiduría, la justicia, la santificación y la redención. ACTIVIDAD: 1.- ¿De qué modo te haces imitador de Dios en tu vida diaria?; 2.- ¿De qué debe estar limpio tu corazón para que puedas ver a Dios?; 3.- ¿Cómo agradeces al Señor por haberte elegido para injertarte en Cristo?

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