Pbro. Lic. Wílberth Enrique Aké Méndez

DOMINGO MUNDIAL DE LAS MISIONES (XXX ORDINARIO)/C.

I.- SIRVE A TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN (Si 35,15-17.20-22). La alianza sinaítica consiste en la entrega que Yahvé hace de su Palabra al pueblo de Israel y la aceptación y compromiso de este pueblo, de vivir conforme a ella (cfr. Ex 19,8a; 24,3b.7b; Dt 5,27; Jos 24,16.24); por otro lado, tenemos la insistente llamada del deuteronomista sobre la fidelidad de Israel a la ley recibida en el desierto y que es fuente de alegría y sabiduría para todo el pueblo si la ponen en práctica (cfr. Dt 4,6-8; 30,15-18; 32,45-47). Ahora el Eclesiástico o Sirácide plantea el tema de la relación Yahvé-Israel en torno a la ley a partir de los sacrificios y ofrendas: el Altísimo no acepta las ofrendas de los impíos ni perdona los pecados por la cantidad de sacrificios (34,19), pero, por otro lado, nos enseña que observar la ley es hacer muchas ofrendas y que guardar los mandamientos es hacer sacrificios de comunión y que apartarse del mal complace al Señor y apartarse de la injusticia es un sacrificio de expiación (35,1.3). Nuestro punto de partida será entonces, el v. 20 que nos indica la necesidad de servir al Señor de buena gana o de todo corazón para ser escuchado, el creyente ha de presentarse ante Dios con autenticidad y con toda verdad, transparencia y sencillez de corazón y el mayor ejemplo lo tenemos en el oprimido, el huérfano y la viuda, porque ellos, debido a su condición, dejan entrar y actuar al Señor en su vida, sabiendo que Él es un justo juez que les hace justicia.

II.- SERÁ ENALTECIDO (Lc 18,9-14). Ante la pregunta de los fariseos sobre cuándo llegaría el Reino de Dios (17,20), Jesús comienza una serie de catequesis que nos dan la clave de nuestra relación con Dios y la venida de su Reino; en primer lugar, afirma que ya está entre nosotros (17,21) y, en segundo lugar, son las actitudes, como fruto de esta presencia, lo que tiene que ser motivo de nuestra preocupación. Comienza con algo muy común para todo judío, subir al templo a orar (Hch 3,1) conforme a lo establecido por la ley; un fariseo y un publicano son los actores en turno, ambos están haciendo lo mismo y se encuentran en el mismo lugar, el templo, que es el centro del judaísmo, es el signo de la presencia divina entre los hombres y al cual los judíos muestran demasiado apego (Hch 21,28). Hasta aquí parece que todo marcha bien, el acento cambia o empieza a cambiar, cuando nos fijamos en los protagonistas, el primero es un fariseo, miembro de una secta conocida también como “los separados” o “los piadosos” y que, aunque tenían muchas cosas positivas -como el celo por cumplir la ley y por la perfección y la pureza- lamentablemente habían aniquilado el precepto de Dios con sus tradiciones humanas (Mc 15,1-20), despreciaban a los ignorantes (Lc 18,11), evitaban todo contacto con los pecadores y publicanos, opuestos al espíritu del Evangelio, se negaban a reconocerse pecadores y a escuchar el llamado a la conversión. La segunda figura es un publicano, considerado pecador por antonomasia, porque es “el que hace el mal a los ojos de Dios” (2R 15,24; 17,2) y era despreciado por aquellos que se tenían por justos y que, sin embargo, en los evangelios aparecen como los predilectos de Jesús, son los que se acercan al Maestro buscando el perdón y su reconciliación con Dios, saben que Yahvé reside en el cielo y desde allí oye las oraciones de sus fieles donde quiera que se pronuncien (cfr. Tb 3,16) y que en Jesús de Nazaret se hace cercano a toda la humanidad, para ofrecer su perdón y su gracia y, así, enaltecerlos.

III.- ANUNCIAR LA PALABRA DE CRISTO (Rm 10,9-18). San Pablo nos enseña que el anuncio del amor y la misericordia del Padre están anclados en Cristo, el Señor (cfr. Flp 2,11), por lo tanto, se trata de proclamar su señorío para la alcanzar la salvación y su resurrección de entre los muertos para alcanzar la santidad.

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