Pbro. Lic. Wílberth Enrique Aké Méndez

V.- CUARESMA/C.

I.- PARA APAGAR LA SED DE MI PUEBLO (Is 43,16-21).

El cap. 43 del profeta Isaías abre con el espectacular anuncio de la liberación de Israel (vv. 1-7), apoyando dicha proclama con el monoteísmo, es decir, con la profesión de fe en Yahvé, el único Dios (vv. 8-23) y que trae como consecuencia la destrucción de Babilonia, capital del imperio caldeo, el opresor de Israel. El texto que hoy hemos escuchado en la Liturgia (vv. 16-21), comienza con la descripción de las maravillas del nuevo éxodo para pasar inmediatamente, en el v. 18, a una invitación muy especial: mirar el pasado para comprender mejor el presente y descubrir cómo Dios renueva a su pueblo y a toda la creación. El punto de partida es la salida de Egipto, el paso por el mar Rojo y la derrota de faraón y todo su ejército que perecieron ahogados al oponerse a los designios divinos. El convite de los vv. 18-19 es audaz, porque no se trata solamente de mirar el pasado por el pasado, sino de aprender a mirar de dónde nos ha rescatado el Señor, para trasladarnos al Reino de su Hijo querido (Col 1,13), como es el caso de San Pablo que pasa de las obras de la ley a la sublimidad del conocimiento de Cristo (Flp 3,4-12).

II.- YA NO VUELVAS A PECAR (Jn 8,1-11).

San Juan inicia este capítulo 8 con un telón de fondo común y frecuente en los Evangelios: Jesús, antes de algún acontecimiento importante o de tomar decisiones trascendentes, se retira a un lugar solitario a orar y aquí lo muestra en el monte de los Olivos, para enseguida trasladarlo al templo donde se pone a enseñar. En este contexto transcurre la escena de hoy: una mujer sorprendida en adulterio y presentada ante Jesús, a quien escribas y fariseos han constituido en juez y urgen a dictar sentencia, habiendo puesto como antecedente la ley mosaica hábilmente manipulada, ya que tanto Lv 20,10 y Dt 22,22-24 establecen que ambos adúlteros, varón y mujer, deben ser matados; olvidan, al parecer deliberadamente, que el adulterio es un pecado que se comete entre dos. La reacción del Maestro nos recuerda el episodio de Dn 5,5.25-28, cuando tiene lugar aquel festín del rey Baltasar en el que ordena traer los vasos sagrados que su padre Nabucodonosor había robado del templo de Jerusalén. Unos dedos de una mano humana aparecen y empiezan a escribir en la pared: contado, pesado y dividido. Esto refuerza la sentencia del v. 7, el que esté sin pecado que arroje la primera piedra, pues el reino de Satanás ha sido vencido, ha llegado a su fin (cfr. Lc 10,18). A partir de aquí comienza una nueva relación entre la mujer acusada y Jesús, ya no se encuentra frente al verdugo, sino que ahora está en la presencia del Justo Juez que le dice “Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no peques más (v. 12).

III.- OLVIDO LO QUE HE DEJADO ATRÁS (Flp 3,7-14).

Ahora San Pablo muestra su itinerario de fe para alcanzar a Cristo, ya que Él lo ha alcanzado antes y ahora, dejando atrás todo lo que fue motivo de su orgullo, que ahora lo considera una basura, lucha por ser hallado en Él, no con la justicia de la ley, sino con la justicia que viene de la fe en Cristo.

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