Ignacio Carvajal/LIBERAL Trabajó en Minatitlán, Chiapas, Cancún y en el sureste mexicano, pero en esta ciudad encontró la muerte.

Mientras atendía clientes en bares de Coatza, Alexa se cultivaba con libros

Bajo el aura de lo que parecía un ser oscuro y terrible, la veían llegar a su trabajo alrededor de las 6 de la tarde, invariablemente, con un libro bajo el brazo.

Clientes y trabajadores del desaparecido bar “Sky Blue”, de la colonia Rafael Hernández Ochoa, se sorprendían al ver a esa mujer con cuerpo despampanante, pelo planchado y aroma excitante… lista para la variedad.

Cuando no era un libro, eran revistas de “National Geographic” o de “Muy Interesante” las que traía bajo el brazo o en la bolsa de mano, compartiendo espacio con lencería y atuendos de baile exótico.

Así fueron sus mejores años, en los que cosechaba el las ganancias de los privados por montón, y donde ganaba el amplio interés de los parroquianos porque contaba con tema de conversación.

“Culta ahhh”, solían decirle sus amigas más allegadas a esa bailarina que dejó sus mejores años en esas pistas de baile en Coatza, Minatitlán, Chiapas, Cancún y otros centros nocturnos del sureste mexicano.

Jessica Elena Ponciano Hernández, mejor conocida en el ambiente de los centros nocturnos de Coatza como Alexa o Azul, es la bailarina y mesera que fue asesinada la semana anterior en el bar el Arrecife, y quien de inmediato fue recordada por docenas de personas que le conocían de ese mundo sórdido en el cual andas con la muerte a cuestas.
“Si no te mata un cliente, lo hace el narco o una enfermedad”, confiesa uno de los amigos más allegados, y que cuenta un poco de libro de vida de Alexa/Azul.
Después de ser una estrella de los mejores bares y centros nocturnos de Coatza, a sus casi 33 años, la vida no le pagó a Jessica Elena Ponciano Hernández, su derrumbe vino al mismo tiempo que los bares de Coatzacoalcos comenzaron a cerrar a consecuencia de la inseguridad, la migración de sus mejores clientes -acosados por secuestradores- y el incendio del bar El Caballo Blanco.

Después de esa tragedia, que costó la vida de 30 inocentes, entre bailarinas, clientes y trabajadores del negocio, muchas de esas mujeres que son madres solteras se tuvieron que ir de la ciudad a buscar trabajo, las que no podían, como Alexa/Azul, se tuvieron que ir a lugares de menor categoría, un mundo más subterráneo y con muchos mayores riesgos, en donde se ejerce la prostitución sin control sanitario y ante el gran riesgo de ser sitios frecuentados por quienes administran fecha y hora de muerte de muchos.

“A nosotros nos tocó estar en los mejores tiempos de Coatza, esa gran ciudad industrial a donde llegaban clientes que pagaban bien, buenas cuentas y ganancias tanto para el dueño como para las bailarinas, eso se acabó, y lo del Caballo Blanco fue lo último, la mayoría se fueron y otras mejor se retiraron por el temor”, cuenta otra de sus allegadas.

Mujeres como Alexa/Azul que cotizaban en cifras más altas, pasaron a hacer el mismo trabajo, por más tiempo, en peores condiciones, y más riesgos, por unos cuantos pesos. En el peor de los casos, por una botana o algún trago para matar el aburrimiento de la cuarentena.

“Siempre la veían con su librito bajo el brazo o su revista, una vez llevó una en donde hablaban de un faraón egipcio que había sido envenenado, y nos daba mucha risa lo que nos contaba, era muy inteligente”.

Antes de leer por largo rato en el camerino, se prendía con unas cuantas copas para salir a la pista. Sonaba “La Santa Muerte”, de Cártel de Santa y sus senos terminaban bamboleándose en el aire antes de que acabara la melodía.

La noche que fue asesinada, el tecladista que amenizaba el bar Arrecife, en medio de promociones en cervezas y botana, tocaba una melodía istmeña, y Alexa/Azul disfrutaba de su cerveza mientras estaba pendiente de sus mesas.

Cuando los pistoleros arribaron sembrando terror, ella estaba junto al encargado del bar, Miguel Barohona. Ahí quedó el cadáver de ella debajo del suyo. Como si se hubieran abrazado.

Los sueños de ahorrar los suficiente para retirarse de la vida de hetaira se esfumaron mucho antes que el aroma a pólvora quemada y sangre fresca. Se había acabado la vida de Alexa/Azul, pero también su tragedia.
Quienes la conocieron, cuentan que su andares en el ambiente de los giros negros y prostíbulos en Coatza comenzó desde los 13 años, en manos de familiares que la explotaron, lanzándola a esos infiernos, comercializada como belleza de cantina. Ella nunca quiso estar ahí. Ahí le tocó estar.

Era un aspecto de su vida que siempre mantenía oculto. Tal vez le daba pena, cuentan sus allegados. Pero ella siempre con su personalidad alegre y jocosa, agradecida con su Santa Muerte, a la que le rezaba y nunca dejaba de estar pendiente de sus ofrendas, pues estaba segura de que la acompañaba a todos los sitos a donde iba. Era lo único que tenía seguro en ese mundo, solía decir.
Gustaba de sentirse protegida por un ser oscuro con una terrible guadaña, y en contraste, en sus redes sociales, y en su aspecto personal, le gustaba mostrarse como “Campanita”, el hada de los relatos de Peter Pan, el de los niños perdidos, abandonados por sus padres, ocultos en una realidad alterna donde estaban protegidos los deseos y tormentos de los adultos.

SUS RESTOS SIN RECLAMAR
Así fue su vida, y así terminó, pues a la fecha, desde el día de la balacera donde la mataron, sus restos no han sido reclamados, yacen en el Semefo de Coatzacoalcos sin familia o alguien que llame para darles sepultura. Tuvo al menos tres hijos, de los cuales no se tiene noticia. Al menos uno de ellos, tuvo que ser dado en adopción para alejarlo de sus infiernos. Tal vez su más grande acto de amor.

Amigos y amigas que la conocieron en esos años de table dance, actualmente realizan gestiones para reconocer legalmente sus restos, y que las Fiscalía General del Estado se los entregue. Además, han marchado al municipio a pedir a la regidora Keren Prot les ayude a conseguir por donación un cajón de muerte para darle sepultura y librar su cadáver de la fosa común.

Coatzacoalcos
Ignacio Carvajal

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