LO QUE DIOS HABÍA HECHO

V DE PASCUA/C.

I.- LO QUE DIOS HABÍA HECHO (Hc 13,21-27). La misión iniciada en el cap. 13, ha llegado a su fin, tras una larga experiencia de situaciones diversas, positivas y negativas, que ayudaron a los Apóstoles misioneros a consolidar las diversas comunidades fundadas a su paso. En Chipre se enfrentaron al mago Elimas (13,8), sufrieron la separación de Juan Marcos en Perge; en Antioquía de Pisidia, tras un efímero triunfo que duró tan sólo una semana, se encuentran con la fuerte oposición de los judíos (fueron perseguidos y expulsados), que los lleva a la firme decisión de predicar a los gentiles (13,44-52). Enseguida los encontramos en Iconio (cap. 14), donde a pesar de la división entre los judíos, permanecieron mucho tiempo y de ahí se trasladaron a Licaonia, Lista y Derbe; en Listra tiene lugar la curación de un tullido, suceso que lleva a los habitantes de aquella ciudad a proclamar que “dioses en forma de hombres los han visitado” y donde Pablo, a duras penas, logra impedir que les ofrecieran sacrificios y los convence de que vuelvan al Dios vivo. Ahora están de regreso, después de haber confortado a los hermanos y de haberlos exhortado a permanecer en la fe, pues hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios y éste ha sido el objetivo de la misión. Al final, al presentar el informe a la comunidad que los había enviado, solamente están seguros de una cosa: esto es obra de Dios y a los gentiles se les han abierto las puertas de la fe.

II.- USTEDES SON MIS DISCÍPULOS (Jn 13,31-35). Llegó el momento de la despedida, después del lavatorio de los pies y su correspondiente explicación, Jesús habla ya de su hora (Jn 2,4), es decir, de su vuelta a la gloria, su glorificación ha comenzado ya, pues Judas ha salido del cenáculo (Jn 13,30-31) y con ello, de la comunión con el Maestro y con el grupo de los Apóstoles; ha desencadenado el final que concluye con la consumación de la gloria del Hijo y del Padre, el Hijo ha cumplido con la misión que le fue encomendada por el Padre y Éste tomará consigo al Hijo del hombre en la gloria. Sobresalen dos ideas: a).- La separación de Jesús (la glorificación está ligada a su partida), que para los judíos será definitiva y morirán en su pecado (Jn 8,21), en tanto que para los discípulos, dicha separación será momentánea (Jn 14,2-3), pues Él volverá para llevarlos, para que donde esté Él, también estén sus discípulos. b).- El mandamiento del amor, que se convierte en el testamento de Cristo; ya estaba presente en la ley mosaica (Lc 19,18), pero se convierte en “nuevo” por la plenitud que el Señor le da, pues incluye a todo ser humano y porque, además, se convierte en signo distintivo de los tiempos nuevos inaugurados y revelados por la muerte de Cristo, es la señal de los discípulos.

III.- MORADA DE DIOS CON LOS HOMBRES (Ap 21,1-5). El libro que nació para dar ánimo y esperanza a los cristianos, cierra ahora con la visión de la Jerusalén celestial que baja engalanada para desposarse con su prometido, el Cordero Pascual; previo a esto aparecen un cielo nuevo y una tierra nueva, o sea, el mal ha desaparecido, porque Dios ha renovado todas las cosas. Dios habitará con su pueblo en esta nueva ciudad restableciendo definitivamente la alianza, “Yo seré tu Dios y tú serás mi pueblo”, con lo que volvemos al orden de los orígenes, antes del pecado; es la victoria de nuestro Dios.

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