La cantante irlandesa luchaba con graves problemas mentales e intentos de suicidio. De los abusos de su madre, pasando por la presión de la fama al suicidio de su hijo.

El grito más fuerte de Sinead O’Connor: la depresión que la acompañó toda su vida.

A veces, aunque gritemos muy fuerte, nadie puede oírnos.

Quizás esta imagen, englobe parte de lo que puede llegar a ser la depresión.

Durante más de tres décadas, Sinead O’Connor luchó por sobrevivir bajo la implacable mirada pública y más de una vez hizo oír –o por lo menos lo intentó– lo que le pasaba a través de un micrófono.

A pesar de su talento para cantar, fue atravesada por escándalos, problemas personales y tragedias, todas cuestiones que hoy tocan de cerca a cientos de miles de personas en lo que refiere a la salud mental, una problemática que se ha puesto arriba de la mesa para tratar con seriedad, sobre todo después de la pandemia, y que hoy cobra relevancia incluso con varios artistas y famosos que se animan a contar lo que les pasa sin pudor.

Ayer, la noticia de la muerte de Sinead O’Connor, la cantante que se mostraba en primer plano con las lágrimas en “Nothing Compares 2 U”, o que se animaba a difundir la foto del Papa rota ante cámaras, conmovió a la opinión pública. Su vida no le resultó fácil.

El año pasado, su nombre volvió a ser noticia debido al trágico suicidio de su hijo Shane, de tan solo 17 años.

Fue otra desgracia devastadora que la dejó profundamente afectada, y unos días después, fue internada porque sus seres queridos temían que intentara quitarse la vida una vez más. Atravesó todo un año cargado con ese dolor abrumador.

Lamentablemente, ayer miércoles, se anunció su muerte a los 56 años.

Desde una edad temprana, Sinead sufrió abusos físicos por parte de su madre después de que sus padres se separaron.

En su adolescencia, escapó de un hogar que ella describió como una “cámara de torturas”. Intentó vivir con su padre por un tiempo, pero esa convivencia también fracasó. Luego, se sumió en problemas y se convirtió en cleptómana, un hábito que heredó de su madre y que le valió detenciones y llevarla a un instituto para menores, donde experimentó un terror y dolor inimaginables.

En 2016, tras otra batalla legal por la custodia de sus hijos, y luego de una serie de publicaciones en sus redes sociales que preocuparon a todos, fue declarada desaparecida.

Todos temieron que se hubiera quitado la vida. La policía de Chicago la encontró un día después. En 2018 se convirtió al Islam. Cambió su nombre por el Shuhada Sadaqat.

Pero tampoco logró la tranquilidad deseada. Se agravaron sus problemas mentales y el consumo de drogas.

Se internó voluntariamente durante un año para tratarse.

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