CON LA FUERZA DE AQUEL ALIMENTO

XIX ORDINARIO/B.

I.- CON LA FUERZA DE AQUEL ALIMENTO (1Re 19,4-8).

El final del capítulo 18 presentó el sacrificio en el monte Carmelo, que confirma que sólo Yahvé es Dios y la matanza de los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal. El 19, inicia con la amenaza de muerte que la reina Jezabel lanza contra Elías. Siendo el único profeta de Yahvé sobreviviente y viendo su vida en peligro, decide marcharse hasta Bersebá de Judá, el reino del sur y camina por el desierto toda una jornada hasta que por fin, fatigado, se refugió bajo una retama; estando ahí le abandonan las fuerzas humanas, todo lo que él podía hacer llegó a su término, ahora todo depende de lo divino y el profeta no puede hacer otra cosa más que ponerse en las manos de Yahvé. El período que duerme sirve de transición entre las capacidades humanas y la intervención de Dios (v. 5a); ahora es Dios quien le provee de alimento, de aquello que justamente está necesitando, “levántate y come” (v. 5b) y “levántate y come, pues el camino ante ti es muy largo (v. 7); es el alimento que recibe de Dios lo que le da fuerza para caminar cuarenta días y cuarenta noches (como Israel en el desierto) hasta llegar al monte de Dios, el Horeb.

II.- YO SOY EL PAN DE LA VIDA (Jn 6,41-51).

En la catequesis de hoy el Señor confirma lo que en otro momento ha dicho; en cuatro ocasiones afirma “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”, como respuesta encontramos una reacción semejante a la que se dio en la sinagoga de Nazaret, las mismas preguntas y las mismas presunciones (cfr. Mt 13,54-57). La invitación de Jesús es una invitación a dejar atrás las actitudes que Israel asumió en el desierto “No murmuren” (v. 43b); es la misma pregunta de la etapa del desierto “¿está o no está Dios con nosotros?”. Enseguida invita a descubrir la obra del Padre en la persona de Jesucristo, Él es el autor, el origen de la salvación realizada en Cristo y que culminará con la resurrección de todos. Por eso insiste en la diferencia entre su obra y la de Moisés “los que comieron el maná en el desierto, murieron”; en cambio, el pan vivo que ha bajado del cielo da la vida eterna, es para que el mundo tenga vida y ese pan es su carne que entregará por todos nosotros.

III.-IMITEN, PUES, A DIOS (Ef 4,30-5,2).

Continuando con el tema de la vida nueva en Cristo, San Pablo, después de habernos invitado a despojarnos del hombre viejo, ahora nos llama a no entristecer al Espíritu Santo con el que Dios nos ha sellado para la redención final. Esto se realiza de tres modos: 1.- desaparecer de entre nosotros toda actitud, sentimientos y palabras que perjudiquen a la unidad del cuerpo de Cristo; 2.- Teniendo como punto de partida el perdón que Dios nos dio por medio de Cristo, debemos perdonar, ser buenos y comprensivos y, 3.- Imitar a Dios como hijos queridos, viviendo en el amor de Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros.

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