Pbro. Lic. Wílberth Enrique Aké Méndez

FIESTA DE LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR

/A. I.- INTRODUCIDO EN SU PRESENCIA (Dn 7,9-10.13-14).

El contexto del fragmento de Dn que ha sido proclamado, se ubica entre los relatos del sueño y locura de Nabucodonosor, el festín de Baltasar y la escena de Daniel en el foso de los leones; la liturgia de hoy presenta el sueño del profeta (las cuatro bestias) y la visión del anciano y la del ser humano. Inmediatamente de la aparición de la cuarta bestia, el texto hace una suave y delicada transición del sueño a la visión engarzando ambos escenarios con los preparativos de lo que ocurrirá, la preparación de los tronos para el juicio y recordemos que el texto se está moviendo en el ambiente de las cortes de los grandes imperios que han conquistado a Israel; el salón del trono es el lugar de la toma de decisiones y de otros grandes acontecimientos de la vida del imperio y, al igual que en la experiencia cotidiana, en la visión también hay un monarca que, a tenor de la descripción que de él se hace, es alguien fuera de lo común y que -además- actuará de manera colegiada. El rango se establece por la “edad”, el anciano es el primero en sentarse y acto seguido lo harán los jueces, porque es la hora de juzgar a las bestias y a cada una de ellas se les fue juzgando según su conducta y actitudes (vv. 11 y 12) y son los santos de Dios quienes ahora juzgarán a quienes les oprimieron, conforme a lo escrito en el libro en el que se escriben todos los actos humanos, buenos y malos. Pero la visión continúa y ahora es el turno de otro personaje, un hombre que supera misteriosamente la condición humana y rebasa en mucho a los integrantes del tribunal; se desplaza de un modo totalmente diferente con lo que denota su doble condición, es divino y humano a la vez y puede estar en la presencia del anciano de manera directa, sin intermediarios. Él recibe el poder, el honor y el reino; le sirven todos los pueblos y naciones, su poder es eterno y -a diferencia de los imperios del sueño de Daniel- su reino no será destruido ni pasará jamás [cfr. Sal 72 (71)].

II.- LEVÁNTENSE Y NO TEMAN (Mt 17,1-9).

San Mateo relata otro episodio que responde a la pregunta hecha con anterioridad ¿“Quién es éste que hasta los vientos y el mar le obedecen?“ (cfr. Mt 8,27); la persona de Jesús y sus obras se van aclarando y profundizando a lo largo del Evangelio y refleja la oración y reflexión milenaria de la Iglesia que busca entender cada vez mejor el Misterio del Maestro. Hoy tenemos, inmediatamente después del primer anuncio de la Pasión, la perícopa de la Transfiguración, que se refiere al cambio de apariencia del Señor de la forma mortal de su cuerpo con el cual sufriría y moriría, a una forma glorificada con la cual resucitaría de entre los muertos, enseñando así, la verdadera naturaleza de Jesús; nos da una visión rápida de lo que ha de venir, no sólo de su presencia en el cielo, sino también de nuestra glorificación en su reino. El relato se encuentra delimitado por los verbos subir (ir de un lugar a otro más alto), y bajar (ir de un lugar a otro más bajo), acciones que Jesús, Pedro, Santiago y Juan realizan seis días después del primer anuncio de la Pasión; como sabemos, el monte es el lugar de la teofanía, el lugar al cual desciende y desde el cual Dios se comunica con su pueblo. Los seis días del v. 1 y la voz del v. 5 nos remiten al tiempo de la creación (cfr. Gn 1,1-2,4), con lo cual nos indica que estamos también ante una acción eminentemente divina que mostrará el estado definitivo de la persona humana, iniciado en la creación. De la persona de Jesús se resaltan dos cosas: 1.- El rostro, que es la cara de la persona y que implica la expresión, la mirada, la voz, la escucha y la expresión gestual única; para saber si conocemos o no a la persona, recurrimos al rostro, no a los pies; 2.- Los vestidos cubren y resguardan el cuerpo humano y expresan de forma consciente o inconsciente, algo de la personalidad de la persona de quien la usa y aquí nos indican la naturaleza divina de Jesucristo. Por otra parte, el Dios que se reveló en el AT (Moisés y Elías), es el mismo que se reveló en el NT, ahora por medio de su Hijo muy amado y a quien hay que escuchar para conocer el misterio de este Dios que viene a nuestro encuentro para hacernos partícipes de su gloria; por esta razón, la nube no viene a ser una barrera para separar lo divino de lo humano, sino que sirve para unir ambas naturalezas en el Hijo hecho hombre y todo apunta a un acontecimiento definitivo, la resurrección.

III.- DIOS LO LLENÓ DE SU GLORIA (2P 1,16-19).

San Pedro nos enseña que la predicación apostólica realiza el anuncio de la venida gloriosa y llena de poder de nuestro Señor Jesucristo y que dicho anuncio está basado en dos grandes testimonios: los personales, es decir, de los tres apóstoles que estuvieron presentes, que vieron y escucharon lo acontecido, así como también el testimonio de los profetas, es decir, de las Sagradas Escrituras (cfr. Lc 24,27). ACTIVIDAD : 1.- ¿Eres consciente de que has sido introducido a la presencia del anciano de muchos siglos y para qué?; 2.- ¿Cómo se refleja en tu vida que escuchas y obedeces al Hijo de Dios?; 3.- ¿Con qué palabras y actitudes anuncias la venida gloriosa de Jesucristo? MEMORIZA : “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escúchenlo” (Mt 17,5).

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