Pbro. Lic. Wílberth Enrique Aké Méndez

XV ORDINARIO/A.

I.- HARÁ MI VOLUNTAD (Is 55,10-11).

La segunda parte del libro del profeta Isaías invita a vivir en plenitud la nueva realidad -que ha sido anunciada- como algo ya presente y operante y, por esta razón, actuar contra toda lógica; a la mujer estéril se le convoca para gritar de júbilo y a ensanchar el espacio de su tienda (Is 54,1-2), con motivo de la invitación final: volver a Yahvé para formar parte de la alianza que -a diferencia de la sinaítica- es eterna, aún están a tiempo de escuchar al Señor y retornar a su presencia. El convite final del c. 55 urge a considerar los motivos divinos, puesto que el Santo de Israel ha honrado al pueblo poniendo término al cautiverio, los desterrados volverán llenos de alegría y la naturaleza les abrirá paso; el cambio de conducta y actitud se convierte en un imperativo, la insistencia recae en que el malo deje su camino y vuelva a Yahvé mientras Él se deja encontrar; los criterios humanos se derrumban ante el pensamiento divino que -lejos de castigar- ofrece el perdón y su misericordia. En seguida el profeta nos pone de cara a un gran misterio, lo divino y lo humano se encuentran, entran en contacto para producir -digámoslo así- un mundo totalmente renovado, porque el elemento agua proviene de arriba, del “cielo” y lo hace en dos manifestaciones, como lluvia y en forma de nieve y baja hasta la tierra, toca la tierra y, al ocurrir esto, ésta se transforma, se vuelve fértil y está lista para recibir la semilla para producir vida. La metáfora del agua es utilizada para presentar el misterio de la Palabra, que es viva y eficaz (cfr. Hb 4,12) y que tiene como primera característica la obediencia (cfr. Jn 1,14; Flp 2,7-8), viene a cumplir la voluntad del Padre (cfr. Jn 4,34; 6,38-40; 17,4) y vuelve al Padre después de cumplir su misión (cfr. Jn 14,2-3.28; 16,5.7; 20,17), pues no se trata de que la Palabra sea “terrestre”, sino de que el hombre se llene de la gracia y participe de lo divino.

II.- CONOCER LOS MISTERIOS DEL REINO (Mt 13,1-23 ).

El Evangelio según san Mateo presenta la parábola del sembrador y su respectiva explicación y en medio de ambas partes encontramos un breve, pero rico diálogo entre el Maestro y los discípulos, en el que destacamos dos elementos: primero el conocimiento de los misterios del Reino de los Cielos concedido a los discípulos, lo que plantea la situación y actitud de éstos respecto a la Revelación, mira al corazón que se abre o cierra ante la presencia de Dios para recibir más o dejar de recibir. En segundo lugar se dirige a los sentidos de la vista y del oído para ilustrar que el Reino no se conoce solamente de manera intelectual, sino que también se experimenta, se trata de una vivencia, de un encuentro con el Dios vivo y personal que viene a nuestro encuentro con su Palabra de vida eterna (cfr. Jn 6,68); lo que para otros fue un anuncio, para nosotros es ya una realidad, los mismos anunciadores no lograron ver ni oír lo que a nosotros se nos ha dado vivir; como podemos ver, el texto de san Mateo es personal, puesto que el verbo sembrar tiene un sujeto y se puede conjugar, hay alguien quien realiza la acción de esparcir las semillas en un momento determinado, destacando, pues, las características de los lugares en los que ha caído la semilla. 1.- El camino es aquella franja de terreno utilizada o dispuesta para caminar o para ir de un lugar a otro, en especial la que no está asfaltada; destaca, por tanto, la idea de movimiento, de traslado, de dispersión, no es, por tanto, el lugar ideal para sembrar y los pájaros significan los distractores que encontramos. 2.- Terreno pedregoso, en el que la rapidez de la respuesta provoca olvido, con bastante frecuencia, de los riesgos y obstáculos que constituyen las piedras que, por naturaleza, son duras; las emociones y entusiasmos no ayudan a la perseverancia. 3.- Los espinos hablan de las complicaciones que encontramos en la vida y nos impiden aterrizar la Palabra, porque nos parece muy complicado o de plano decimos que no tenemos tiempo. 4.- La tierra buena representa el corazón noble y bien dispuesto para hacer el ejercicio de reflexión, asimilación para responder conforme a la capacidad de cada persona; el asunto no radica en el sembrador ni en la semilla, sino en el terreno que debe aportar los nutrientes y humedad necesarios para que la semilla desencadene la reacción.

III.- NUESTRA CONDICIÓN DE HIJOS DE DIOS (Rm 8,18-23).

La doctrina Paulina enseña que por la muerte y resurrección de Cristo ya somos hijos de Dios y estamos a la espera de la redención plena de nuestro cuerpo, toda la creación está expectante de la libertad gloriosa de los hijos de Dios. ACTIVIDAD : 1.- ¿Cuál es la misión que Dios te ha confiado y cómo la estás realizando?; 2.- ¿Con cuál tipo de terreno te identificas y por qué?; 3.- ¿Cómo vives tu condición de hijo de Dios? MEMORIZA : “¡Pero dichosos sus ojos, porque ven y sus oídos porque oyen!” (Mt 13,16).

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