Pbro. Lic. Wílberth Enrique Aké Méndez

II PASCUA O DE LA DIVINA MISERICORDIA/C.

I.- TODOS QUEDABAN CURADOS (Hch 5,12-16).

El capítulo 5 sigue a la presentación de aquella comunidad que todo lo tenía en común y en la cual nadie pasaba necesidad (4,32-35) y comienza justamente con una pareja, Ananías y Safira que, habiendo cometido un fraude, pretendieron burlarse del Espíritu Santo y a quien San Pedro reprocha su actitud y, por separado, les anuncia su muerte, con lo que un gran temor se apoderó de toda la Iglesia. Contrastando con este hecho -que ha sembrado un precedente-, encontramos en el episodio de hoy una comunidad que ha madurado y que refleja con mayor eficacia la presencia y la misericordia del Resucitado: se habían ganado el respeto y la estima del pueblo al grado que cada vez aumentaba el número de los creyentes. Al igual que en el episodio de Ananías y Safira, aquí también la figura y la función de Pedro como cabeza, se ha consolidado al punto que, guardando las debidas diferencias con el Maestro, la multitud buscaba la curación, al menos por el contacto con la sombra de Pedro. Enfermos y atormentados por espíritus malignos quedaban curados como testimonio, no sólo de la resurrección, sino también de la salvación y de la misericordia que Dios comunica a la humanidad entera.

II.- LES QUEDARÁN PERDONADOS (Jn 20,19-31).

Los discípulos que se habían dispersado la noche del arresto, se han vuelto a reunir a puerta cerrada, para indicar el momento de solemnidad e intimidad que se aproximaba: Jesús, el Señor, les comunica su paz y en seguida les infunde el Espíritu Santo que ellos reciben inmediatamente. Como en la antigua creación en la que el Espíritu infunde el soplo de vida en el hombre creado a imagen y semejanza de Dios, así ahora, en la nueva creación, el Espíritu aparece como el que da la vida nueva al nuevo y verdadero Israel, el nuevo y definitivo Pueblo de Dios. La Iglesia participa de la misma misión del Hijo, ya que Éste la envía a prolongar su misión a lo largo de la historia, hasta el final de los tiempos (cfr. Mt 28,20). El signo distintivo de este envío es el perdón, pues la Iglesia, consciente de la debilidad y fragilidad de sus miembros, sabe que está llamada a purificarse permanentemente, al mismo tiempo que debe purificar al mundo mediante la misericordia. Por eso los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor, pues creyeron que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios y recibieron vida en su Nombre, para poder proclamar “Hemos visto al Señor”.

III.- AHORA ESTOY VIVO (Ap 1,9-11.12-13.17-19).

San Juan se encuentra desterrado en la isla de Patmos y la visión transcurre en domingo, el día de la resurrección, de modo que toda la escena está animada por el triunfo y la victoria de Cristo, quien tiene en sus manos el destino de las iglesias de Asia y que representan a la totalidad de la única Iglesia. Juan se presenta como hermano y compañero en las pruebas, en el Reino y en la perseverancia; Jesús, en cambio, como el Primero y el Último, el que vive. Estuvo muerto y ahora vive por los siglos de los siglos.

TE PUEDE INTERESAR

Sentido común

Gabriel García-Márquez El voto útil en México, ¿beneficio o dilema? En el contexto político actual, …