Pbro. Lic. Wílberth Enrique Aké Méndez

XXXIII ORDINARIO/B.

I.- SE SALVARÁ TU PUEBLO (Dn 12,1-3). El profeta Daniel, próximo al final de su libro, inaugura un ciclo de oráculos que podríamos llamar de carácter festivo, que contrasta diametralmente con los que aparecen en los capítulos 10 y 11, que relatan, de manera simbólica, las apostasías y persecusiones del tiempo de los Macabeos. Es por está razón que el cap. 12 abre con la exaltación de una figura ya de por sí portentosa, que es Miguel, quien se levantará para defender al pueblo de Dios, tal como lo vemos en Ap 12. Mirando detenidamente el texto, encontramos en él la figura paterna y amorosa del Dios que está siempre atento, siempre listo para proteger, defender y socorrer a su pueblo, porque Yahvé es el Padre fiel y tierno que ama a Israel con amor eterno (cfr. Jr 31,3). No se ignoran ni se pretenden ocultar los tiempos difíciles, porque el tema central es la salvación del pueblo elegido pues, como lo prometió, Dios juzgará a su pueblo, todos resucitarán y a cada quien se le dará según sus obras (cfr. 2Co 5,10; Rm 14,10-12; Ef 6,8; Jn 5,27 y Hb 11,6). Los que permanezcan fieles en la gran tribulación brillarán en el firmamento; esto nos ilumina para entender mejor el inicio del Evangelio de san Marcos: “arrepiéntanse y conviértanse” (cfr. Mc 1,15).

II.- VERÁN VENIR (Mc 12,24-32). Previo a los relatos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, San Marcos presenta una serie de catequesis que, de primera instancia, parecen tener un sabor y tinte trágico, catastrófico e, incluso, aterrador, si lo tomamos al pie de la letra o le damos una lectura “literal”; aquí no importa tanto qué dice la Biblia, sino lo que Dios quiere decirnos a través de su Palabra puesta por escrito y, de paso, recordemos que Dios nos habla a través de su Palabra, del hermano y de los acontecimientos. Comencemos por decir que no se trata de una descripción literal del fin de los tiempos, es decir, no estamos viendo una película que el Señor nos dejó para atemorizarnos, sino que nos dice que de algún modo lo que comenzó llegará a su término, el cómo y el cuándo le incumbe solamente al Padre. La gran noticia es que veremos al Hijo del hombre rodeado de su poder y majestad y para que esto sea posible, hay que estar ya dentro del Reino de Dios o, de otro modo, hemos pasado ya por la gran tribulación y vestimos de blanco porque hemos lavado nuestra túnica en la sangre del Cordero (cfr. Ap 7,14-17); qué bendición tan grande de nuestro Dios, que nos ha constituido en un reino de sacerdotes para servirle (cfr. Ap 5,10).

III.- PERFECTOS PARA SIEMPRE (Hb 10,11-14.18). Que levante la mano el que diga que ya es perfecto, ¿tantos? ¡wow! ¡claro!, porque en Hb 10,10 leemos “la voluntad de Dios es que seamos santificados” y luego nos dice que Cristo, con una sola ofrenda, nos “HIZO PERFECTOS PARA SIEMPRE”, porque nos ha santificado y está sentado ya a la derecha del Padre, aguardando que sus enemigos sean puestos bajo sus pies. “Alegrémonos y gocemos en nuestro Dios que nos salva (cfr. Is 25,6-9; 1Co 15,26; Ap 7,17; 21,4; Os 13,14).

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