LA LENGUA ES PODEROSA: ÚSELA BIEN

A principios de octubre de 1871 se desató en el estado de Wisconsin uno de los incendios más terribles en la historia de Estados Unidos. Las llamas devoraron más de 2 mil millones de árboles y mataron a más de mil 200 personas.
Al parecer, el desastre comenzó por culpa de unas simples chispas que soltó un tren mientras pasaba por la zona. Este detalle confirma lo ciertas que son las palabras de Santiago 3:5 “¡Con cuán pequeño fuego se incendia tan grande bosque!”. El discípulo Santiago habló del fuego para hacer una comparación. Pero ¿con qué?
El versículo 6 da la respuesta: “La lengua [también] es un fuego”. Tal como el fuego es peligroso, la lengua —es decir, nuestra capacidad de hablar— puede causar mucho daño. De hecho, la Biblia dice: “Muerte y vida están en el poder de la lengua” (Prov. 18:21).
Desde luego, no dejamos de usar el fuego tan solo porque podría quemarnos. De igual manera, no vamos a dejar de hablar tan solo porque podríamos herir a alguien con nuestras palabras.
Lo importante es mantener el control. Si controlamos el fuego, nos sirve para cocinar, calentarnos  o ver en la oscuridad.
Si controlamos la lengua, nos servirá para alabar a Jehová y servir al prójimo (Sal. 19:14).
Sea que nos comuniquemos con la lengua o haciendo señas con las manos, la capacidad de transmitir nuestros pensamientos y sentimientos es un regalo de Dios. ¿Cómo podemos usarlo para hacer el bien a quienes nos rodean y no el mal? (Santiago 3:9, 10.) Veamos tres cosas que debemos tomar en cuenta al hablar: qué decir, cómo decirlo y cuándo decirlo. Empecemos por el cuándo.
Hablamos todos los días, pero no tenemos por qué hablar todo el día. Como bien dice la Biblia, hay un tiempo para callar (Ecl. 3:7). Por lo general se considera una falta de respeto interrumpir a alguien que está hablando (Job 6:24). También es de sabios morderse la lengua cuando alguien nos provoca o para no revelar información confidencial (Sal. 4:4; Prov. 20:19).
¿Por qué debemos seleccionar con cuidado nuestras palabras?
Las palabras pueden hacer mucho bien, pero también mucho mal (Proverbios 12:18). En el mundo de hoy, controlado por Satanás, es muy común usar el habla para hacer daño. Siguiendo el ejemplo que ven en el cine y la televisión, muchas personas afilan su lengua como si fuera una espada con la cual atacar, y lanzan palabras hirientes como si fueran flechas (Sal. 64:3).
Jesús dijo que “de la abundancia del corazón habla la boca” (Mat. 12:34). O sea, las cosas que decimos revelan lo que hay en nuestro corazón, lo que pensamos de los demás. Si en nuestro corazón abundan el amor y la compasión, nuestras palabras serán amables y compasivas.
Las palabras que salen de nuestra boca no solo dependen de lo que hay en el corazón, sino también en la mente.
No solo es importante escoger bien nuestras palabras, sino también la manera en que vamos a decirlas. Cuando Jesús habló en la sinagoga de su pueblo, Nazaret, la gente se quedó maravillada por su manera de hablar tan agradable (Luc. 4:22). Así es, las palabras dichas de manera agradable son más convincentes y llegan mejor al corazón (Prov. 25:15). ¿Cómo podemos seguir el ejemplo de Jesús? Hablando con amabilidad y tomando en cuenta los sentimientos de quienes nos escuchan. Al ver el esfuerzo que hacía la gente por escucharlo, Jesús sintió compasión y “comenzó a enseñarles muchas cosas” (Mar. 6:34). Ni siquiera cuando sus enemigos lo insultaron respondió mal (1 Ped. 2:23).
La capacidad de expresar nuestros pensamientos y sentimientos es un auténtico milagro. Sigamos el ejemplo de Jesús: escojamos bien qué decir, cuándo decirlo y cómo decirlo. Así ayudaremos a los demás y le demostraremos a Jehová que estamos usando bien el hermoso regalo que nos ha dado.
Nos leemos el próximo domingo si Dios nos presta vida.
¡Bendiciones abundantes!

Con amor Pastora Lupita Ruiz Sibaja.
Iglesia Tabernáculo de Dios.

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