DOMINGO DE PENTECOSTÉS/B. I.- RECIBAN EL ESPÍRITU SANTO

(Jn 20,19-23). La solemnidad que hoy celebra la liturgia de toda la Iglesia, hunde sus raíces en diversos textos del Antiguo Testamento, como por ejemplo Jer 31,31-34 cuando, ante el fracaso de la alianza sinaítica, Yahvé anuncia una nueva alianza en la que la ley estará en el interior del creyente escrita en los corazones de cada uno. En Ez 36,25-28, ante la profanación de la santidad del nombre del Señor, este anuncia una efusión de su espíritu sobre su pueblo que lo purificará y le dará un corazón nuevo para que camine según sus preceptos. Por su parte Is 44,3 anuncia también, no sólo la bendición de Israel, sino también la efusión del espíritu sobre su linaje, en tanto que Jl 3,1-3 habla de una efusión universal. Jesucristo, a su vez, confirma y realiza la promesa, ya que Él enviará el Espíritu Santo que dará testimonio de Él al mismo tiempo que los discípulos se convertirán en testigos del Resucitado. Este Espíritu estará con nosotros para siempre (Jn 14,16) porque es el Espíritu de la verdad (Jn 14,17). El Paráclito nos lo enseñará todo y nos recordará toda la doctrina de Jesús (Jn 14,26), es el mismo Espíritu que convencerá al mundo en lo referente al pecado, la justicia y el juicio (Jn 16,8). Siguiendo el desarrollo del texto proclamado nos sumergimos en la experiencia de la presencia del Misterio: La noche de la resurrección, Jesús en medio de los discípulos, les comunica la paz (los prepara), los envía y sopla sobre ellos para comunicarles el Espíritu Santo que pone al cristiano de cara al perdón, de la misericordia, de la purificación, de la renovación del corazón y de la alianza, tal y como lo dijeron los oráculos veterotestamentarios: Jesús es el dador del Espíritu y el discípulo se convierte en portador de ese mismo Espíritu, para ser el misionero de la misericordia.

II.- SE LLENARON TODOS (Hch 2,1-11). Pentecostés, que originalmente fue una fiesta agrícola (Ex 23,14-17), es la fiesta de la Siega o de las Semanas en Ex 34,22, que se celebraba durante siete semanas (Dt 16,9) o 50 días (Lv 23,16), es asociada posteriormente al recuerdo de la promulgación de la ley en el Sinaí (2Cro 15,10-13) y que hoy nos presenta la llegada del Espíritu Santo sobre todos los discípulos reunidos en un mismo lugar; como en el Sinaí, hay manifestaciones que preludian la efusión, todos se llenaron del Espíritu Santo y comenzaron a manifestar esta presencia hablando de las maravillas de Dios, al punto que todos pudieron entenderles en su propia lengua.

III.- LLAMAR A JESÚS “SEÑOR” (1Co 12,3-7.12-13). Para San Pablo, el primer fruto del Espíritu Santo es reconocer a Jesús como “Señor” (cfr. Flp 2,11) y a partir de ahí comienza a distinguir lo esencial: el Espíritu es el mismo, el Señor es el mismo y Dios es el mismo. Frente a esto está la diversidad de dones, servicios y actividades. El Espíritu se manifiesta para el bien común, porque todos hemos sido bautizados en un mismo Espíritu y hemos bebido del mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo.

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