Luis Velázquez

Paraíso terrenal

•Casa llena de libros
•Vivir para leer

UNO. Paraíso terrenal

Era el departamento del maestro Héctor Rodríguez, académico en la UNAM en la materia de Filosofía, el paraíso terrenal.
Estaba a un ladito de la avenida Independencia, en la ciudad de Veracruz, los libros se amontonaban como unos pajaritos en su jaula gigantesca.
Había libros en los libreros. En el escritorio donde escribía. En la mesa de comer. En el buró. En las sillas. En los pasillos de la sala, el comedor y las dos recámaras.
En su depa el visitante debía caminar de puntitas en medio de los libros pues apenas podía pasarse de un lugar a otro.

DOS. Leer y escribir

El maestro vivía solo y tenía una asistente doméstica que guisaba la comida cada día pues él se preparaba el desayuno y la cena, si cenaba, de manera frugal. Frutita, por ejemplo.
Entonces, jubilado dejó la Ciudad de México para terminar sus días en el puerto jarocho y lo único que hacía era leer y escribir, escribir y leer.
Nunca miraba televisión. Jamás escuchaba la radio. Vivía tan lejos del mundo que ignoraba las noticias y los titulares.

TRES. Un alcalde lo visitaba

A nadie visitaba. Pero contestaba las cartas que le llegaban de sus alumnos. Y la señora se encargaba de llevarlas al correo.
También recibía visitas. Por ejemplo, el presidente municipal de entonces, Mario Vargas Saldaña, atravesaba el zócalo del palacio del Ayuntamiento a su depa para platicar con el maestro el tiempo de un cafecito. Una hora que le daba de tarde en tarde, martes y jueves.
Además, le exigía un tema concreto y específico para que nadie perdiera el tiempo, decía el profe.
“Lo que no se platica en una hora no se platica en dos”, decía.

CUATRO. Tarde deslumbrante

Un día le pregunté, insensible, si había leído todos los libros en los libreros y los pasillos y las recámaras. Dijo:
“Toma el libro que quieras y pregúntame”.
Quedé avergonzado. Millón de veces pedí disculpas. Lo entendió. Era muy generoso.
Y sin preguntar él mismo fue tomando un libro y otro y otro, al azar, y luego ofreció conferencia magistral sobre sus contenidos.
Fue tarde deslumbrante.

CINCO. Escribir es pensar

El maestro leía desde las 6, 7 de la mañana, al despertar, pues solía acostarse a las 2, 3 de la mañana, leyendo y escribiendo.
Desde mucho tiempo antes de jubilarse estaba habituado a solo dormir 4, 5 horas. Además, sin la siesta en una ciudad como Veracruz, donde unas 8, 9 personas de cada diez han de tirarse a la hamaca a reposar la comida.
Sabía inglés, francés y latín. Y tenía libros en los cuatro idiomas, incluido el español. Y cuando se ocupaba de un tema consultaba un libro en español, otro en inglés, otro en francés y otro en latín.
Y luego pasaba las horas dando la vuelta al tema con el lapicero en la mano anotando las reflexiones en una libreta escolar.
“Escribir es pensar”, decía. Y ha de pensarse y agotar el tema antes de escribir.

SEIS. La gran riqueza de un hombre solo

Nunca supe si tenía familia. Hijos, por ejemplo. Y luego de su muerte fue un enigma el destino de sus libros.
Nunca le interesaron los bienes materiales. Ni le provocaron desvelo ni angustias. Su gran riqueza eran los libros, primero, y los amigos después y que, por cierto, eran muy pocos.
Fue un símbolo en el siglo pasado. Por desgracia, ninguna calle lleva su nombre. El peor olvido es el olvido.

Escenarios
Luis Velázquez

TE PUEDE INTERESAR

La amenaza del Guillain Barré

Se ha estado especulando mucho sobre las causas que están ocasionando la aparición del Síndrome …