Las variantes del coronavirus

Los virus son agentes infecciosos típicamente compuestos de un ácido nucleico envuelto en una capa de proteína. Los virus no se consideran organismos vivos pues solamente pueden multiplicarse dentro de las células vivas de un huésped, el cual puede ser también un vector, es decir, un vehículo de transmisión del virus a otros organismos.

Los seres humanos somos el vector del nuevo coronavirus (SARS-CoV-2) y la causa de que esté geográficamente esparcido por todo el planeta: el contacto con otras personas es lo que perpetúa el contagio.

Desde el punto de vista epidemiológico, el coronavirus causante de COVID-19 es una pesadilla hecha realidad: un virus que infecta vías respiratorias, que es altamente infeccioso y con letalidad considerable, transmitido entre humanos y para el cual no hay cura (aunque afortunadamente varias vacunas de COVID-19 han sido aprobadas).

Los virus poseen múltiples mecanismos para evadir el sistema inmune del huésped y/o facilitar su propagación en una comunidad. Un ejemplo de estos mecanismos es la baja fidelidad con que el virus copia su información genética al multiplicarse. El equivalente de esto puede pensarse como una fotocopiadora que arbitrariamente cambia letras en un texto, modificando el mensaje original.

Estos cambios en la estructura genética del virus, o mutaciones, resultan en variantes del virus que pueden manifestar diferencias notables entre sí y que pueden ser cuantificadas de múltiples maneras, por ejemplo: mayor transmisión (que se propaga más fácilmente), mayor letalidad, síntomas más severos, entre otras.

A un año de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarara la pandemia de COVID-19, se han detectado variantes más infecciosas y más letales para las cuales la efectividad de los limitados tratamientos puede ser notoriamente más baja. Al igual, nuevas variantes pueden estresar más la infraestructura sanitaria. Por ejemplo, una variante que es más infecciosa puede resultar en un aumento en hospitalizaciones, casos severos y muertes por el simple hecho de que un paciente positivo puede infectar a otros más fácilmente.

Uno de los aspectos más alarmantes con variantes nuevas es la efectividad de los tratamientos y vacunas disponibles que fueron diseñados con una variante distinta en mente. El virus de influenza, otro patógeno humano, muta a tal grado que las vacunas tienen que ser actualizadas cada año y contienen típicamente componentes para 3 ó 4 variantes. Con el nuevo coronavirus podríamos tener una situación similar en el futuro inmediato.

Algunas variantes relevantes del nuevo coronavirus que han sido detectadas son: B.1.1.7 (Reino Unido), B.1.351 (Sudáfrica), B.1.1.28 (Brasil, “amazónica”), P1 (Brasil) y B.1.526 (Nueva York).

Análisis recientes muestran que la variante B.1.1.7 incrementa la transmisión del virus por un factor de 30–50% [1, 2]. Esto significa que en un mes, el número de casos se puede multiplicar de seis a ocho veces comparados con la variante original. De igual manera, estrictas medidas de confinamiento que ayudarían a reducir la incidencia del coronavirus original en un 90% en un mes, solamente reducirían la incidencia de la variante B.1.1.7 en un 20–40% [3] en el mismo periodo.

Las variantes B.1.351 y P1 contienen mutaciones que afectan a la proteína spike del coronavirus, la proteína superficial con la que el virus se une a las células del huésped para iniciar la infección. Según investigadores, la variante P1, originada en Manaus, Brasil, infectó hasta un 61% de los pobladores que se estima tenían inmunidad después de haber padecido COVID-19 [4]. Se cree que una de estas mutaciones, denominada E484K [5], es la que otorga a las variantes B.1.351 y P1 la habilidad de escapar del efecto de las vacunas existentes, reduciendo su efectividad, aunque no eliminándola completamente. Un estudio sugiere que la variante sudafricana B.1.351 reduce en dos tercios [6] la protección de anticuerpos adquirida por la vacuna de Pfizer/BioNtech. La compañía está discutiendo con agencias regulatorias.

sobre una versión actualizada de su vacuna de ARN mensajero para incluir protección contra dicha variante. Otro fabricante, AstraZeneca, cuya vacuna fue desarrollada en cooperación con la Universidad de Oxford, mencionó que puede tomar de seis a nueve meses en producir vacunas efectivas contra nuevas variantes [7].

Aunque la efectividad de las vacunas se vea reducida, éstas deberían seguir protegiendo contra enfermedad severa — el factor más importante para evitar que los sistemas de salud se estrechen al máximo de su capacidad — y muerte. Adicionalmente, hay evidencia de que la inmunidad adquirida por vacunas es más robusta contra variantes de SARS-CoV-2 que la inmunidad adquirida por infección natural [8].

Cuando el virus se esparció por el planeta, era cuestión de tiempo para que surgieran variantes. Las políticas de salud pública de un país pueden contribuir a este problema de manera notable, por ejemplo, tasas bajas de detección y diagnóstico de variantes existentes y nuevas, ausencia de un agresivo programa de vacunación, así como no promover e implementar importantes medidas de contención como restringir el tráfico y contacto entre personas y el uso correcto de mascarillas junto con otras medidas de higiene.

Desafortunadamente, México ha tenido un desempeño lamentable en estos frentes: con más de 190 mil muertes, es el tercer país con más defunciones (oficiales) de COVID-19 a nivel mundial a pesar de ser el décimo país en población total. En el caso de detección del virus, los números también son desoladores: en promedio se realizan menos de 4 pruebas por cada caso positivo detectado, una de las tasas más bajas del mundo (Figura 1). Este es uno de los factores que ha contribuido a que el virus se propague sin ser detectado y que la fatalidad de COVID en México sea una de las más altas con un valor de 9%, muy por encima del 1–3% de la mayoría de los países (Figura 2). Sumado a todo esto, la tasa de vacunación es también de las más bajas del planeta con 4 personas vacunadas diariamente por cada 10 mil (Figure 3). Menos de 2% de la población mexicana ha recibido al menos una dosis de vacuna (Figura 4).

El panorama en México puede tornarse aún más sombrío sin restricciones de contacto, sin la urgente protección que las vacunas ofrecen y sin una red robusta de diagnóstico que también permita detectar y monitorear no sólo al  virus original sino también a las nuevas variantes que ya están ocasionando problemas adicionales en varias partes del mundo.

El comportamiento responsable de la población, por supuesto, tiene al igual un peso muy importante. Entre más circule el coronavirus infectando a más personas, se incrementa la probabilidad de que surjan nuevas variantes que pueden ser más severas. La OMS ofrece en su sitio web abundante información en español sobre las vacunas existentes y cómo protegerse a sí mismo y a los demás contra la enfermedad del coronavirus.

Por: Dr. Pável A. Marichal Gallardo

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