II ORDINARIO/C.
I.- COMO EL ESPOSO SE ALEGRA CON LA ESPOSA (Is 62,1-5). Después de haber presentado “la misión del profeta” en el cap. 61, Isaías abre el cap. 62 con el segundo poema sobre la maravillosa resurrección de Jerusalén, cuyo tema central es el de los desposorios: el de Jerusalén y del país que le rodea (Judá), que consiste en convertirse en la esposa de Yahvé (cfr. Ap 21). El texto en cuestión inicia con una declaración de una actividad motivada por el amor a la ciudad (el pueblo escogido) y que tiene como objetivo el resplandor de su justicia y que su salvación brille como antorcha, al mismo tiempo que anuncia un nuevo nombre para la ciudad y que brotará de la misma boca de Dios. Hay una nueva dignidad para la ciudad santa: “corona de gloria” y “diadema real”, ya no estará abandonada a su suerte, sino bajo el patrocinio del Señor; en consecuencia, el pasado ha quedado atrás y ahora se deja ver su nueva condición. Los vv. 4-5 condensan el tema de este poema: contra “Abandonada” surge mi “Mi complacencia” y en oposición a “Desolada” está “Desposada”, ideas antagónicas que realzan magistralmente la acción divina; el tema del amor conyugal se yergue majestuosamente, porque Dios se complace con Sión, como el esposo se alegra con la esposa. El nombre de esposo es uno de los que se da a Dios (cfr. Is 45,5) y que expresa su amor a su criatura; Dios no se revela solamente en su nombre misterioso (cfr. Ex 3,14s), sino que otros nombres, tomados de la experiencia cotidiana de la vida, lo dan a conocer en sus relaciones con su pueblo: es su Pastor, su Padre, como también su esposo.
II.- “HAGAN LO QUE ÉL LES DIGA (Jn 2,1-11). La imagen tan socorrida por los profetas para hablar de la relación de Yahvé y su pueblo, es la del matrimonio. Como sabemos, el Ciclo Litúrgico C, tiene como Evangelio guía a San Lucas, pero hoy la Liturgia de la Palabra nos propone el texto de san Juan 2,1-11, con el relato de la boda de Caná; se trata del primer signo que Jesús realiza y mediante el cual sus discípulos creyeron en Él, es la manifestación del enviado del Padre que anticipa su gloria y su Hora en la cruz. La figura profética se hace realidad: hay una boda y, por lo tanto, un novio y una novia, unos invitados, entre los que destacan la Virgen Madre, Jesús y sus discípulos y los servidores. Se trata de una fiesta común para Israel, pero que al mismo tiempo, tiene algo especial; María, la Madre de Jesús, como toda mujer, es previsora, sabe darse cuenta de lo que está sucediendo; participa como todo invitado sin olvidar la responsabilidad y función de los servidores y se percata de que algo anda mal y es entonces cuando se acerca a su hijo para decirle que falta algo, “ya no tienen vino” (v. 3). Ante la objeción del Hijo de que “Todavía no ha llegado su hora” (v. 4), la Virgen reacciona serena -como toda buena madre- diciendo tranquilamente a los sirvientes: “Hagan lo que Él les diga” (v. 5), palabras que nos recuerdan Gn 41,55, cuando el pueblo egipcio hambriento acude al faraón pidiéndole comida y él, a su vez, los remite a José diciéndoles “ hagan lo que él les diga”. Y es que debemos tener en cuenta que se nos podría acabar el vino (dones) de la alegría, del servicio, del perdón, de la fraternidad, del diálogo, de la paciencia, etc. Sólo la presencia de Jesús y de María en nuestras vidas puede ayudarnos a encontrar la alegría en la sencillez y a suplir nuestras carencias. Después del exilio, el libro de Tobías da una visión altamente espiritual del hogar preparado por Dios (cfr. Tb 3,16) fundado bajo su mirada en la fe y en la oración (cfr. Tb 7,11; 8,4-9), según el modelo trazado por Gn 8,6 (cfr. Gn 2,18), guardado por la fidelidad cotidiana a la ley (cfr. Tb 14,1.8-13). El ideal bíblico del matrimonio, llegado a este nivel, supera las imperfecciones que había sancionado provisionalmente la ley mosaica.
III.- DISCERNIR LOS ESPÍRITUS (1Co 12,4-11). Ante el tema de los carismas -testimonio visible de la presencia del Espíritu en la comunidad-, san Pablo insiste en tres cosas: 1.- La unidad. Un solo Espíritu, un solo Señor y un solo Dios que actúa en todos (cfr. Ef 4,1-7); 2.- Los carismas son para edificar, lo que une es de Dios y lo que divide es del diablo. De ahí la necesidad de discernir los espíritus (cfr. 1Co 14; 1Jn 4,1-3); 3.- Es el mismo Espíritu el que distribuye sus dones a cada uno.
ACTIVIDAD : 1.- ¿Cómo es tu relación con Dios?; 2.- ¿Cómo “haces” lo que Jesús te dice?; 3.- ¿Qué haces para edificar a la comunidad con el Espíritu que Dios te dió?
MEMORIZA : “A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común. (1Co 12,7). Pbro. Lic. Wílberth Enrique Aké Méndez.
REFLEXIONA : El camino de nuestra oración es Cristo, porque ésta se dirige a Dios nuestro Padre pero llega a Él sólo si, al menos implícitamente, oramos en el Nombre de Jesús. Su humanidad es, pues, la única vía por la que el Espíritu Santo nos enseña a orar a Dios nuestro Padre. Por esto las oraciones litúrgicas concluyen con la fórmula: “Por Jesucristo nuestro Señor”. (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, 560).